Juan Fco. Martín.
Desolador. No atino a encontrar una palabra más adecuada para definir el lamentable panorama de la Educación en España.
Los índices de fracaso y abandono escolar en nuestro país son, de largo, más que preocupantes. Exceden cualquier
media razonable, viéndose ratificados por los sucesivos informes Pisa,
que evidencian las carencias de las
capacidades básicas de nuestros escolares respecto de otros países
desarrollados.
También demoledor el resultado del llamado informe Pisa para adultos, cuyo resultado
deja a nuestro nivel educativo en entredicho. El examen de competencias básicas de la población adulta hecho por la OCDE en 23 países sitúa a España en el vagón de cola
(el penúltimo puesto en lectura, y el último en matemáticas).
¿Cómo es posible si somos la quinta potencia económica de Europa? ¿Acaso los contenidos formativos no son adecuados por su dificultad o falta
de aplicación práctica?, ¿fallan los docentes al transmitirlos?, ¿fallan los
padres al trasladar a los hijos la importancia de la educación para su futuro?,
¿faltan recursos materiales o humanos?, ¿es necesario más apoyo y dedicación
diaria de los padres al estudio de sus hijos?
En medio de este marasmo de malas noticias, cuya importancia y drásticas
consecuencias se ven difuminadas por la omnipresente y acuciante crisis
económico-laboral que estamos sufriendo, acaba de aprobarse la nueva Ley de Educación (Lomce), más conocida como Ley Wert. Esta podría ser una
magnífica noticia, puesto que seguro que ha sido concebida para intentar poner
freno al declive intelectual que padecemos, de no ser porque el único apoyo que
ha tenido es el del partido de gobernante. No ya del resto del arco
parlamentario, ni siquiera de la comunidad educativa o de la propia sociedad.
Como botón de muestra, la huelga general de la enseñanza convocada esta semana por alumnos, padres y docentes.
Este no es un asunto de colores políticos, sino una auténtica cuestión de Estado.
La Educación, con mayúsculas, es el activo más preciado de cualquier sociedad.
Es la clave diferencial de su futuro,
subyace al desarrollo socio-económico, a la competitividad y
empleabilidad de las personas y a la generación de riqueza.
Educación y progreso son inseparables. Sin educación no se conciben los
derechos humanos y civiles, la igualdad de oportunidades, la investigación
médica, tecnológica, científica o la cualificación de las personas para
desarrollar su trabajo con calidad y eficiencia.
Una vez más tenemos que apelar a la altura de miras de dirigentes y
políticos que nos representan. En medio del espectáculo bochornoso que
protagonizan, culpándose mutuamente mientras la sociedad se desangra, perdiendo
empleo, vivienda y dignidad por esta crisis cruel, es momento, una vez más, de
la unidad de acción.
Gracias por compartir y que tengas un excelente día.
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