A vueltas con el
curso que me tiene de los nervios, recientemente culminamos el segundo
trimestre, confío en que con fortuna para todo el grupo. La exigencia de la materia,
lejos de hacer concesiones, mantiene el nivel, lo que nos ha requerido constancia,
tiempo y dedicación. En contrapartida, el grupo se ha cohesionado aún más,
haciendo válida la célebre expresión, “todos a una”, que lo mismo podría ser “uno
para todos…” El intercambio de consultas y la colaboración permanente se han
convertido en un agradable y reconfortante hábito y acicate para el estudio, a
pesar del menoscabo del sueño, descanso o familia.
Al mismo tiempo, el apoyo mutuo, la complicidad y el buen humor se
han instalado en las interacciones cotidianas, dentro y fuera del aula,
presencial y telemáticamente, reforzando y retroalimentando la dinámica
productiva. Porque no nos confundamos, lo pasamos bien y compartimos bromas,
pero se trata de un equipo de trabajo que ha desarrollado sinergias compartidas de alto valor volcado en la consecución de objetivos.
En este segundo “asalto” nos las hemos tenido que ver con el tortuoso
binomio debe-haber de la contabilidad empresarial. Para hacer más accesible el
concepto, me refugié en sus analogías con las relaciones humanas. En cómo evaluamos
y calificamos a los demás por los déficits o superhábits que atribuimos a su
comportamiento y al intercambio mutuo. Se trata de una valoración que fluctúa en el tiempo, en función de
los méritos o deméritos que atribuimos a los demás, así como de nuestra mesura
para juzgar la importancia real o la intencionalidad de los hechos.
Con más frecuencia de la aconsejable,
tendemos a magnificar ofensas que, aún siéndolo, tienen un carácter menor o requieren la consideración de estos elementos atenuantes para su adecuada valoración. En muchas ocasiones se trata de meras acciones fortuitas o emocionalmente torpes, sin ánimo de ofender. Sin embargo, el dolor del golpe recibido nos ofusca y reaccionamos en consonancia.
Con más frecuencia de la aconsejable,
tendemos a magnificar ofensas que, aún siéndolo, tienen un carácter menor o requieren la consideración de estos elementos atenuantes para su adecuada valoración. En muchas ocasiones se trata de meras acciones fortuitas o emocionalmente torpes, sin ánimo de ofender. Sin embargo, el dolor del golpe recibido nos ofusca y reaccionamos en consonancia.
Un excelente ejemplo sería la educación (su carencia, por mejor
decir) vial. Conductores noveles, torpes o nosotros mismos en un
momento de despiste, cometemos infracciones que, rápidamente, trasladamos al terreno
personal, como si pretendiesen molestar, con la consiguiente reacción negativa.
En definitiva, vamos poniendo “palotes” emocionales, a favor o en
contra, en función de nuestra interpretación del comportamiento de las personas
con las que nos relacionamos. El desequilibrio de estos palotes nos condiciona,
y de qué manera, por lo que debemos ser cuidadosos, prudentes, al repartirlos.
Cuando no valoramos las cosas con la debida distancia, nos adentramos en arenas movedizas peligrosas y con difícil retroceso. Lejos de asignarlos sin ton ni son, debemos sopesar la justificación de los palotes, ya que nos predisponen, positiva o negativamente, hacia las personas con las que nos relacionamos. Y ya se sabe el dicho, tan justo como injusto (según qué casos) de que “el que hace un zapato hace cien”.
Cuando no valoramos las cosas con la debida distancia, nos adentramos en arenas movedizas peligrosas y con difícil retroceso. Lejos de asignarlos sin ton ni son, debemos sopesar la justificación de los palotes, ya que nos predisponen, positiva o negativamente, hacia las personas con las que nos relacionamos. Y ya se sabe el dicho, tan justo como injusto (según qué casos) de que “el que hace un zapato hace cien”.
De ahí expresiones como “cruz y raya” o “la gota que colma el vaso”,
representativas de la cancelación del crédito por acúmulo de “palotes negativos”.
Los profesionales de la terapia de pareja conocen bien la peligrosidad de estos
palotes, que constituyen auténticas agendas ocultas, donde el deterioro de la situación
prácticamente sólo hace anotaciones en el debe, dificultando seriamente
alcanzar el equilibrio necesario para recomponer la relación.
Soy consciente de que es más fácil decir que hacer, predicar que
dar trigo, pero estoy convencido de que, al menos, merece la pena proponernos
ser justos y tomarnos un momento de reflexión antes de dar un palote o un “palazo”.
Gracias por compartir y que tengas
un estupendo día.
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