A riesgo de parecer increíble, lo cierto es que de pequeño no
teníamos móviles, videojuegos ni Internet, aunque tampoco los echábamos en falta.
El entretenimiento multimedia lo proporcionaba la televisión, donde disfrutábamos con
deleite de los dibujos animados como Heidi, Marco, Mazinguer Z, La abeja Maya,
Los Pitufos…
También estaban los personajes de Hannah Barbera, entre ellos
Leoncio y Tristón, un león y una hiena que caminaban, vestían y hablaban como
humanos, con caracteres bien diferentes. Leoncio representaba al optimismo permanente y a la alegría, en tanto
que Tristón se mostraba alicaído, temeroso y siempre veía la botella medio
vacía. La mera imagen gráfica les describía: el uno erguido, con aplomo en los
andares y la sonrisa de oreja a oreja, en tanto que el otro, encorvado,
cabizbajo, y repitiendo continuamente el mantra “Oh cielos, que horror”.
Puede que los personajes no resulten populares actualmente, pero
los encuentro de máxima actualidad. La forma de encarar las cosas, la mera
actitud al levantarnos y comenzar el día, pueden ser una plena declaración de
intenciones de gran trascendencia en los resultados de nuestros actos y en
nuestra vida.
La actitud positiva,
por sí misma, supone, cuando menos, la mitad del camino. Encarar cada día con ánimo y buen humor predispone a disfrutar de los pequeños momentos y de la curiosidad entendida como forma de conocimiento. Cada situación puede convertirse en una oportunidad de aprendizaje, todo es cuestión de proponérselo
por sí misma, supone, cuando menos, la mitad del camino. Encarar cada día con ánimo y buen humor predispone a disfrutar de los pequeños momentos y de la curiosidad entendida como forma de conocimiento. Cada situación puede convertirse en una oportunidad de aprendizaje, todo es cuestión de proponérselo
La confianza en nuestra capacidad para gestionar exitosamente el
día a día y superar la adversidad también forma parte de esta actitud positiva.
Lo mismo que el diálogo constructivo para resolver los conflictos. A buen seguro
que todo ello sienta las bases para mejorar nuestra productividad, a la vez que
disfrutamos de lo que hacemos.
En cambio, el miedo al fracaso, la carencia de confianza y
seguridad en nosotros mismos nos retrae para acometer retos, para alcanzar
objetivos, para conseguir mejoras, incluso hasta para colaborar y proponer
soluciones. La convicción en la inasequibilidad del éxito fomenta el “perfil
bajo”, la contención y la carencia de aspiraciones y ambición. En definitiva, nos
conformamos con lo que hay porque no confiamos en nuestro potencial para mejorar
y alcanzar cotas más altas y mejores.
Todos tenemos nuestro lado Leoncio y Tristón. Potenciar uno u otro es una mera elección, muchas veces inadvertida porque nos dejamos arrastrar por la inercia, la desgana o la comodidad de no emprender algo diferente. Si realmente queremos, podemos hacerlo,
todo está en la actitud actitud de creer en lo que hacemos y en lo que podemos
conseguir. La elección es sencilla, ¿verdad?
Gracias por compartir y que tengas
un estupendo día.
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