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miércoles, 1 de julio de 2015

El chico de la obra.

Carpenter Clip Art

Posiblemente muchos recordarán aquel spot televisivo de una conocida marca de refrescos en el que, a la hora del desayuno, el chico de la obra paraba la faena para tomarse un respiro, luciendo morenazo y musculatura torneada, para deleite de un fiel público femenino. Con menos glamour, pero mucho más auténtico, todos los viernes aparece por la oficina el repartidor de agua. De enormes dimensiones y pura carne de gimnasio, se planta en la puerta, ocupando el marco en altura y anchura. Diríase que se trata de un anuncio de complemento vitamínico, o del primo de la marca de zumos. Pero no, cuando la vista llega hasta su cara, sería más acertado caracterizarlo para promocionar pasta dentrífica o, mejor aún, una auténtica declaración de alegría y felicidad.

Porque lo que realmente destaca, por encima de su fortaleza y descomunal tamaño, es la amplia sonrisa de oreja a oreja y no sólo en la boca, sino en los ojos y en todas sus facciones. Siempre acompañada de una breve carcajada como tarjeta de visita, parecería que se tratase de un joven Papa Noel si le pusiéramos barba blanca y rellenásemos su perímetro. Cualquier indicio amenazante desaparece al momento, proyectando cercanía y buen humor, siempre con una vitalidad contagiosa. Lo cierto es que es la alegría de la huerta y se nota.

Invariablemente, me asalta el mismo pensamiento cuando le veo.
¿Hay alguna duda de que la vida es mucho más gratificante cuando la encaramos con una sonrisa? Entonces, ¿a qué vienen las innumerables discusiones, malos modos, respuestas desagradables o la mera desgana con la que muchas veces obsequiamos a quienes nos rodean?

¿Y qué pasa con el trabajo? ¿Acaso es poco ejemplo que alguien que realiza un enorme desgaste físico a diario, posiblemente más que agotador y perjudicial en el largo plazo, se muestre siempre así de radiante? Ya que estamos de acuerdo en lo obvio, ¿a qué estamos esperando para tomar el relevo? Ni cuestionar lo satisfactorio que sería llegar y trabajar cada día con optimismo y positividad. En primer lugar por nosotros mismos, para disfrutar de cada minuto y no tener que esperar a terminar el turno para hacerlo. Levantarse cada día como si siempre fuese viernes sería genial, y no perderíamos cuatro días esperando.

Pero no sólo eso. ¿Qué pasa con nuestro entorno, con nuestros compañeros? Pasarlo bien no está reñido con la eficacia. Una palabra amable, una sonrisa o la mera colaboración siempre contribuyen a mejorar el ambiente de trabajo. Pero también a cohesionar al equipo humano, fortaleciendo los vínculos y el sentido de pertenencia, a la vez que generando sinergias productivas.

Como bien podemos suponer, si a la ecuación le sumamos clientes y proveedores, habremos conseguido la tan ansiada cuadratura del círculo. Atender con buena cara, interesarnos por ayudar a resolver problemas y necesidades es motivo más que suficiente para disfrutar del día a día. ¿Nos hemos parado a considerar que contribuir a dar satisfacción y provocar sonrisas, si además nos pagan por ello, sería la repera? Pues en demasiadas ocasiones, pensamos que nos pagan por ir a trabajar. Craso error. La sociedad de servicios en la que cada vez más se torna el sistema laboral, demanda profesionales implicados en la atención y resolución de problemas. En la era de la sociedad de la información, del ocio y de los servicios a la comunidad, el verdadero valor lo aporta la calidad de ese servicio, no el producto en sí mismo.

Y ¡qué diantres! Hasta una inyección parece que duele menos cuando te la ponen con cariño. ¿O es que nadie se escondía bajo la cama cuando venía el practicante a casa?



Gracias por compartir y que tengas un estupendo día.



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