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martes, 23 de junio de 2015

Un día de pesca.

Pescadoreli Clip Art

Por la tarde, camino del curso de marras al que me he referido en anteriores ocasiones, siempre me encontraba con la misma escena: en un scalextric de la autopista, al abrigo de la sombra producida por la misma estructura de hormigón y asfalto, un pequeño grupo de jubilados jugando a las cartas en una mesa playera en la que nunca falta bebida y comidaMientras, las cañas de pescar trabadas entre las piedras esperando a que los peces se decidan. Desconozco si se reúnen para pescar o aprovechan la excusa de la pesca para organizar las reuniones vespertinas y pasarlo en grande. Lo cierto es que transmiten una envidiable sensación de placidez y bienestar.


En contraste, reconozco que la trascendencia y exigencia del mencionado curso me ha tenido en tensión durante demasiado tiempo, posiblemente desde el primer momento. Aunque el resultado final ha sido positivo, la cantidad de horas dedicadas y el enorme esfuerzo han supuesto un notable desgaste personal. El sentido de responsabilidad podría manifestarse como en la fábula en la que el balsero
no podía bajar a tierra porque al llegar a cada orilla del río siempre había clientes esperando para cruzar e, irremisiblemente, tenía que reanudar viaje y permanecer en la odiada balsa.

Situaciones como esta, tan comunes en nuestra continua toma de decisiones, siempre me suscitan la misma reflexión: ¿qué clase de vida llevamos, con prisas permanentes, agobios, plazos, discusiones, preocupaciones de todo tipo y tacaña en cuanto a desenfado y tiempo libre? ¿Acaso creemos que vamos a heredar el mundo? Me temo que, sin pretenderlo ni percatarnos, nos hemos metido de lleno en la frustrante rat race, tan bien caracterizada por la cultura anglosajona; igual que los ratones de laboratorio que corren por un laberinto que no les lleva a ningún sitio, buscando una salida que nunca encuentran, aunque ellos no lo saben y siguen intentándolo.

La diferencia está en que nosotros sí podemos tomar conciencia de la situación y, al menos, mejorarla. Sería necio pensar que poseemos superpoderes que hagan desaparecer prisas, problemas y preocupaciones. Cada día viene cargado de situaciones inesperadas, no siempre de nuestro agrado, que debemos acometer. Pero, al igual que nuestro amigo Leoncio, tenemos la capacidad de rotar el prisma con el que afrontamos la vida y podemos encarar las cosas de otra manera. No hablo del optimismo extremo, ajeno a la realidad, sino de la mesura a la hora de sopesar las cosas, de decidir la importancia que tienen y, en consecuencia, la urgencia con que debemos acometerlas.

No todas las situaciones son de vida o muerte, como muchas veces parece que las interpretamos. Retomando el práctico, pero escasamente aplicado, binomio urgente-importante, centremos el tiro en lo realmente importante, intentando planificar las tareas y actividades, anticiparnos a ellas para minimizar las peligrosas urgencias, muchas veces de escasa relevancia y nulo valor añadido.

Además, siempre podemos contar con la ayuda de nuestros compañeros de trabajo, lo mismo que brindársela y compartir las tareas. También podemos llamar a clientes o proveedores y concertar con ellos soluciones convenientes para ambas partes, sin tener que dejarnos la vida en ello.

Estrategias así de sencillas nos ayudarán a cumplir con nuestras responsabilidades a la vez que disfrutar del ocio, aportando mayor calidad a la vida familiar y personal. 

Volvemos a lo de siempre; en demasiadas ocasiones nos apretamos tanto el nudo de la corbata que, más que el motivo por el que nos la ponemos, somos nosotros quienes nos provocamos la falta de aire para respirar y disfrutar de nuestro particular día de pesca.

Sirva esta reflexión de merecido reconocimiento al resto de compañeros, docentes y personal técnico que me han acompañado en esta experiencia, al inicio meramente profesional resultando, a la postre, en una auténtica vivencia de compañerismo y trabajo en equipo de enorme calidad humana.






Gracias por compartir y que tengas un estupendo día.

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