¡Menudo circo! La semana pasada me topé con un listo que pretendía
aparcar sobre la acera, sin la menor consideración hacia los derechos de los
peatones. Pero es que el otro día me di de bruces con una miope que no veía más
allá de su nariz. Y no me refiero a falta de vista, sino a cortedad de miras.
Camino de casa después del trabajo, me detuve en el super a realizar un avituallamiento de
emergencia para la cena. Al llegar a la línea de caja, me ubiqué en la cola que
me pareció más corta y me dispuse a aguardar mi turno. A medida que se
prolongaba la espera, mi sorpresa e impaciencia se incrementaban exponencialmente
mirando asombrado a la persona que pasaba los artículos por el lector de
códigos.
Se interrumpía continuamente para ordenar monedas y tickets en el cajón, lo mismo que separaba las bolsas con parsimonia y lentitud digna de un perezoso. No se cómo, se le cayó su teléfono móvil y se entretuvo varios minutos en comprobar los posibles daños, por no hablar de los repetidos comentarios a otros compañeros/as de trabajo. Daba la sensación de estar tratando sólo con los artículos y no con las personas, no pareciendo consciente de la importancia de la rapidez en la atención para aliviar la espera.
Absorto en el espectáculo, cuando me vine a dar cuenta,
todas las personas que me sucedían habían desaparecido de la fila y del
supermercado, quedándoseme la cara de tonto mientras buscaba la cámara oculta. Posiblemente no fuesen más de diez minutos de demora, pero eso, en
una cola de caja, es una eternidad.
El caso me hizo pensar en el estereotipo. ¿Cuántas personas
“desatienden” a clientes y compañeros de esta forma? ¿Cuántas veces hemos
topado con esos especímenes que parecen estar volcados en su mundo, casi
molestos cuando nos dirigimos a ellos interrumpiendo su tranquilidad? ¿Cuántas
veces nos hemos sentido “despachados”, que no atendidos, en algún establecimiento
o servicio al público?
Obviamente, esta actuación es inadmisible cuando se trata de
puestos de atención al público. El leitmotiv de estos puestos está impreso en su propia definición y todos
conocemos la importancia de la correcta atención en la eficacia y en el éxito
de cualquier empresa.
Paralelamente, me surgió la duda recíproca. ¿Y si mirásemos
hacia adentro? ¿Cuántas veces nos hemos sentido o, peor aún, comportado con
desgana hacia clientes o compañeros, porque estamos concentrados, desmotivados
o, sencillamente, no nos apetece que nos interrumpan? Cuando acudimos a realizar una compra, gestión o consulta,
confiamos en ser atendidos con diligencia, cortesía y eficiencia. De igual
modo, las personas que se dirigen a nosotros, sea en el entorno laboral o en
cualquier otro, esperan lo mismo por nuestra parte.
Esta vocación de servicio no debe circunscribirse únicamente al público o a los clientes. La misma consideración y ayuda es de recibo con compañeros, proveedores o en cualquier interacción humana, con independencia del ámbito en que se produzca. Con demasiada frecuencia
estamos tan ciegos escuchando nuestra voz interior que ni siquiera somos
conscientes de esta premisa básica. Tendemos a identificar el mundo con nuestro
estado de ánimo, dando por hecho que los demás nos comprenden y se hacen cargo,
justificando así nuestros desplantes.
Pero no, de la misma forma que deseamos una correcta atención y
servicio, empecemos por ofrecerlo sin esperar nada a cambio y, posiblemente,
cosecharemos lo que hemos sembrado. Y, a la par, también sentiremos la enorme satisfacción
de actuar correctamente, con generosidad y obsequiando alegría. ¿O es que
dependemos de los demás para disfrutar con lo que hacemos?
Gracias por compartir y que tengas
un estupendo día.
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