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miércoles, 29 de octubre de 2014

Una de camarones.




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Juan Fco. Martín.

La semana pasada tocó una nueva edición del clásico entre los máximos rivales de la Liga española, esta vez en el Santiago Bernabeu. Contra pronóstico, y contracorriente, el Madrid se alzó con el triunfo, con un contundente 3-1. A mi juicio, y seguro que me equivoco porque en fútbol, como en toros y en política, todo es opinable, fue un resultado justo.






Aunque el Barcelona marcó en los momentos iniciales del encuentro,el Madrid supo sobreponerse y darle la vuelta al marcador y al partido. Tirando de coraje, reaccionó con un juego ordenado y eficiente. Tras el varapalo del primer gol, asumió la responsabilidad, no le quedó otra, de remontar y ganar el partido. Revirtió la situación adversa, plantando cara al rival y tomando el mando. Templó ánimos y jugó con cabeza, con una defensa disciplinada y un ataque eficaz, lo que, a la postre, le valió la victoria.

No siempre es fácil,
una cosa es decirlo y otra ponerse manos a la obra. Se requiere determinación y voluntad, además de capacidad de sacrificio y resistencia al estrés. La presión se vuelve insoportable. Ya sabemos que el fútbol es de todo menos deporte, con intereses complejos que traspasan la ilusión de las aficiones y la venta de las lucrativas camisetas. Más allá de las preferencias personales, emocionales o sentimentales, es de justicia reconocer el trabajo bien hecho, igual que ocurrió en la final de la Champions con el Atlético de Madrid y en la final de la Copa del Rey ante el propio Barcelona, ambas disputadas este mismo año.

Mientras, el Barcelona se sumió en la confusión. No supo aprovechar la ventaja inicial ni tampoco modificó su juego cuando cambiaron las tornas en favor del Madrid. Dio la sensación de estar ajeno a su situación, jugando al tiqui-taca, entreteniendo el partido mientras el reloj seguía avanzando. O quizás, posiblemente, no supo definir una estrategia para dar la vuelta al partido y alinear sus acciones con el objetivo. Por momentos, recordaba a un pollo sin cabeza, que corre sin rumbo de un lado a otro.

Una vez más, la analogía nos viene a mano para ilustrar las situaciones personales y profesionales que vivimos a diario. Se evidencia la imperiosa necesidad de flexibilizar la cintura para acometer las curvas. Igual que en las carreras de motociclismo o fórmula 1, hay que saber gestionarlas,  anticipándolas para hacer la trazada correcta o, incluso, reaccionando ante las maniobras de los rivales. Queda patente que mantener un mismo patrón de comportamiento de forma inalterable, insensible al entorno, lejos llevarnos a un puerto seguro, nos hace embarrancar la nave.

Pero no sólo es necesaria la visión y la continua “toma de temperatura” del ambiente para tener a mano el abrigo antes de que enfríe. También es fundamental no dar las batallas por perdidas cuando se tornan desfavorables. El tesón, la confianza en nuestras posibilidades y la resistencia a la adversidad son igualmente decisivas para revertir la situación.

Adicional a todo ello, es necesario marcar una estrategia, alineando las acciones y recursos con los objetivos. De nada sirve todo lo anterior, visión y determinación, si no establecemos una línea de acción, unas pautas claras. El tiqui-taca, aunque vistoso, por sí mismo no es suficiente. Las jugadas tienen que estar urdidas obedeciendo a un patrón claro, conocido y compartido por todos. Una vez más, la proactividad demuestra su valor en el camino al éxito. Si el Barcelona hubiese mantenido la disciplina, siguiendo el guión obligatorio de rematar la faena, otro gallo le hubiese cantado. Sin embargo, se relajó, dando cancha a la reacción del Madrid y pasó lo que pasó.

Y ya se sabe, camarón que se duerme, se lo lleva la corriente.



Gracias por compartir y que tengas un estupendo día.

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