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Juan Fco. Martín.La semana pasada tocó una nueva edición del clásico entre los máximos rivales de la Liga española, esta vez en el Santiago Bernabeu. Contra pronóstico, y contracorriente, el Madrid se alzó con el triunfo, con un contundente 3-1. A mi juicio, y seguro que me equivoco porque en fútbol, como en toros y en política, todo es opinable, fue un resultado justo.
No siempre es fácil,
una cosa es decirlo y otra ponerse manos a la obra. Se requiere determinación y voluntad, además de capacidad de sacrificio y resistencia al estrés. La presión se vuelve insoportable. Ya sabemos que el fútbol es de todo menos deporte, con intereses complejos que traspasan la ilusión de las aficiones y la venta de las lucrativas camisetas. Más allá de las preferencias personales, emocionales o sentimentales, es de justicia reconocer el trabajo bien hecho, igual que ocurrió en la final de la Champions con el Atlético de Madrid y en la final de la Copa del Rey ante el propio Barcelona, ambas disputadas este mismo año.
una cosa es decirlo y otra ponerse manos a la obra. Se requiere determinación y voluntad, además de capacidad de sacrificio y resistencia al estrés. La presión se vuelve insoportable. Ya sabemos que el fútbol es de todo menos deporte, con intereses complejos que traspasan la ilusión de las aficiones y la venta de las lucrativas camisetas. Más allá de las preferencias personales, emocionales o sentimentales, es de justicia reconocer el trabajo bien hecho, igual que ocurrió en la final de la Champions con el Atlético de Madrid y en la final de la Copa del Rey ante el propio Barcelona, ambas disputadas este mismo año.
Mientras, el Barcelona se sumió en la confusión. No supo aprovechar la
ventaja inicial ni tampoco modificó su juego cuando cambiaron las tornas en
favor del Madrid. Dio la sensación de estar ajeno a su situación, jugando al
tiqui-taca, entreteniendo el partido mientras el reloj seguía avanzando. O
quizás, posiblemente, no supo definir una estrategia para dar la vuelta al
partido y alinear sus acciones con el objetivo. Por momentos, recordaba a un pollo
sin cabeza, que corre sin rumbo de un lado a otro.
Una vez más, la analogía nos viene a mano para ilustrar las situaciones
personales y profesionales que vivimos a diario. Se evidencia la imperiosa
necesidad de flexibilizar la cintura para acometer las curvas. Igual que en las
carreras de motociclismo o fórmula 1, hay que saber gestionarlas, anticipándolas para hacer la trazada correcta
o, incluso, reaccionando ante las maniobras de los rivales. Queda patente que mantener un mismo patrón de comportamiento de forma
inalterable, insensible al entorno, lejos llevarnos a un puerto seguro, nos hace embarrancar la nave.
Pero no sólo es necesaria la visión y la continua “toma de
temperatura” del ambiente para tener a mano el abrigo antes de que enfríe. También
es fundamental no dar las batallas por perdidas cuando se tornan desfavorables.
El tesón, la confianza en nuestras posibilidades y la resistencia a la
adversidad son igualmente decisivas para revertir la situación.
Adicional a todo ello, es necesario marcar una estrategia, alineando las acciones y recursos con los objetivos. De nada sirve todo lo anterior,
visión y determinación, si no establecemos una línea de acción, unas pautas
claras. El tiqui-taca, aunque vistoso, por sí mismo no es suficiente. Las
jugadas tienen que estar urdidas obedeciendo a un patrón claro, conocido y
compartido por todos. Una vez más, la proactividad demuestra su valor en el
camino al éxito. Si el Barcelona hubiese mantenido la disciplina, siguiendo el
guión obligatorio de rematar la faena, otro gallo le hubiese cantado. Sin
embargo, se relajó, dando cancha a la reacción del Madrid y pasó lo que pasó.
Y ya se sabe, camarón que se
duerme, se lo lleva la corriente.
Gracias por compartir y que tengas
un estupendo día.
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