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martes, 14 de octubre de 2014

Zapatero a tus zapatos.

Juan Fco. Martín.

Reconozco que mis méritos en materia de bricolaje difícilmente van más allá del cambo de bombillas, aunque sin llegar a los fluorescentes, con cebadores, casquillos, balastos y otras trampas endiabladas. Cuando estoy en racha, también me atrevo con los muebles de Ikea aunque, todo sea dicho, tampoco es para tirar cohetes.

Esta molesta torpeza manual me sitúa en la equidistancia entre la admiración y la envidia respecto a las personas habilidosas en la materia, y no  me refiero precisamente a los profesionales. Hablo de la gente “normal” que hace sus pinitos en casa, ya sea con la brocha, el destornillador o el taladro. Son esas personas que disfrutan reparando, instalando, renovando o creando, poniendo mimo y atención a los detalles, esmerándose en lo que hacen porque les gusta y quieren hacerlo bien.

Me consuelo (sin mucho éxito) pensando que cada cual es bueno en lo que es. Hay quienes tienen mayor facilidad para según qué cosas: buen oído para la música, buena inteligencia espacial para orientarse o dibujar perspectivas, destreza con los números, complexión atlética para conseguir buenas marcas deportivas… Pero no nos engañemos.
Genios como el joven Mozat de la película Amadeus, que componía partituras magistrales de un tirón, sin escribir borradores ni apenas esfuerzo, puede que existan, pero no somos la mayoría de los mortales. Lo mismo que tampoco nos toca el Gordo de Navidad.

De nada sirve “tener un don” si no lo cultivamos. Al igual que le ocurrió a la liebre con la tortuga, su mejores condiciones para la carrera no le fueron suficientes para ganar. O, por decirlo mejor, el empeño de la tortuga le propició la victoria, a pesar de su clara desventaja inicial. Lo cierto es que nadie nace “aprendido”Si bien las condiciones de partida son un valor añadido, el componente diferencial lo marca el factor motivacional, la actitud. Si nos lo proponemos, todos podemos mejorar en cualquier aspecto. Lo fundamental para tener éxito en algo es ponerse a ello.

Retomando la reciente reflexión sobre la competencia, ser competente en algo implica un desempeño superior en esa materia. Conseguir la excelencia requiere tres componentes básicos elevados a su máxima expresión:
·        Conocimientos (formación, aprendizaje no formal)
·        Habilidades (capacidad práctica)
·        Actitudes (motivación para hacer bien las cosas)

A este respecto, lo dicho aplica plenamente al ámbito profesional. Cualquier persona que quiera destacar en su trabajo, debe aprender, practicar y, sobre todo, querer hacerlo bien. Atender clientes, pacientes, alumnos, cultivar hortalizas, picar piedras, construir viviendas, dirigir personas, conducir camiones, arbitrar partidos… Lo que sea.

Las competencias equivalen a la caja de herramientas en el bricolaje. Cuantas más y, sobre todo, más adecuadas a la tarea a realizar, mejor. ¿Cómo arreglar una cisterna, instalar una lámpara en el techo o montar un mueble si no tenemos taladros, destornilladores, llaves inglesas, alicates, tuercas o tornillos? Además, aunque los tuviésemos, ¿de qué nos sirven si no sabemos cómo hacerlo o no tenemos interés en hacer un buen trabajo?

Tan necesario es tener los conocimientos y las habilidades necesarias como la actitud y motivación adecuadas. Sólo si nos aplicamos, conseguiremos mejorar nuestros resultados y ser realmente buenos en lo que hacemos. Y si no, mejor dedicarnos a otra cosa.



Gracias por compartir y que tengas un estupendo día.


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