No hace mucho vi un reportaje en televisión sobre dos hermanos de la localidad grancanaria de Tunte que, tras finalizar el, entonces obligatorio, servicio
militar, abrieron una peluquería en el pueblo. Desde entonces, se han
ocupado del corte y acicalado de cabellos y barbas de sus convecinos, hombres
y mujeres. Creo recordar que regentan el único establecimiento del lugar
dedicado a tal menester. Por cierto, los hermanos en
cuestión tienen 80 y 84 años respectivamente, y continúan en activo después de
60 años en la profesión.
Ese curioso dato contrasta, cuando menos, con el deseo de muchos de
jubilarse, incluso antes de la edad reglamentaria, para disfrutar de la llamada
tercera edad. ¿Será que los hermanos de Tunte aún no han alcanzado dicha edad?
¿Será que, de hecho, disfrutan con lo que hacen? ¿Será que hay quienes no disfrutan
de su día a día y esperan al dorado retiro para empezar a hacerlo? Como quiera
que sea, los barberos de Tunte constituyen todo un ejemplo de vitalidad y dedicación
al trabajo.
Más allá de la anécdota y del reconocimiento y admiración que merecen los
personajes, cabría preguntarse cómo
garantizar la perdurabilidad de nuestra competencia profesional a lo largo del tiempo. Puede que no 60 pero, al menos en términos cronológicos, la vida laboral se prolonga durante un promedio de 40 años. Entonces, ¿cómo podemos mantener nuestra valía en plena forma?
Sería necio pretender que la capacidad física y psicológica permanecerán inalterables
per se. Ejercitarlas es imprescindible para evitar que se “oxiden” y mucho me
temo que la experiencia proporcionada por la vida, aunque valiosa, no será suficiente.
Sólo el aprendizaje inteligente nos permitirá adaptarnos y anticiparnos a los
cambios del entorno. La formación continua, formal o incidental, es un proceso
que se debe prolongar durante toda la vida. Ya sea en forma de cursos,
lecturas, conferencias, vivencias, intercambios o cualquier otra modalidad que
enriquezca nuestro conocimiento y desempeño profesional.
Formarse implica tomar conciencia y ser consecuente con nuestras
limitaciones y necesidad de mejorar. La inteligencia del aprendizaje radica
en saber dirigirlo a resolver las carencias y alinearlo con objetivos de desarrollo.
Vuelvo a recuperar la caja de herramientas conformada por las competencias para
afrontar con solvencia los retos presentes y futuros. En un mundo donde lo
único seguro es la certeza del cambio y la feroz competencia en que estamos
sumidos, hay que “tener cintura” para actualizarnos o, incluso,
reinventarnos si fuese necesario, para mantenernos al día. No es tarea fácil. Admitir
las debilidades es duro y actuar en consecuencia aún más. Salir de la zona de
confort exige voluntad y determinación. Pero, ¿cuál es el precio de quedarnos
en el sofá? Las consecuencias de la inanición pueden ser fatales si no se toman
medidas a tiempo. Mantenerse expectante ante esa realidad en movimiento y
actuar con proactividad son claves en la anticipación y gestión del cambio.
Ya se sabe que afilar las tijeras será la única forma de conseguir un buen corte
de pelo.
Gracias por compartir y que tengas
un estupendo día.
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