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miércoles, 10 de septiembre de 2014

Nadando contra corriente.


Quizás uno de los descubrimientos literarios más divertidos que he disfrutado fue La conjura de los necios, del malogrado John Kennedy Tool, hace ya un puñado de años. Zambullirse en el mundo de Ignatius J. Reilly supuso una sucesión de hilarantes y magníficos ratos leyendo y recordando sus aventuras y desventuras.

Aquél entrañable personaje vivía una realidad propia con una lógica palmaria y razonamientos demoledores perfectamente urdidos. Claro que sólo cobraban sentido para él, alejándose de toda argumentación convencional. Era como si cambiase la perspectiva consensuada socialmente de las cosas, tornándola en otra totalmente personal, regida por su punto de vista único. Una versión moderna del personaje podría encontrarse en Sheldon Cooper, protagonista de la serie televisiva The Big Bang Theory. Ambos caracteres son brillantes, a la vez que tremendamente, infantiles y egoístas, sin la menor habilidad, ni preocupación, hacia la armonía de las relaciones con el resto de los mortales. De hecho, las personas con las que se relacionan son meros instrumentos para conseguir sus fines. No obra en ellos malicia o animadversión; sencillamente, esa forma sui generis de entender el mundo, condiciona también su percepción de las relaciones sociales.

Es más que posible que ni siquiera
perciban los gustos, necesidades o deseos de los demás. Al menos, no los tienen presentes a la hora de proponer iniciativas o tomar decisiones. Arrollan todo a su paso con la mayor naturalidad, sin detenerse a valorar la posibilidad de hacer concesiones en sus demandas o llegar a acuerdos. Sencillamente, ponen la directa para conseguir su objetivo. Lo cierto es que son personas megalómanas y egocentristas, que anteponen su bienestar e intereses a cualquier tipo de consideración con los demás.

Con más o menos variaciones, en la vida real también existen los Ignatius o Sheldons de turno. Posiblemente, el personaje no nos resulte del todo desconocido. Con toda probabilidad podemos ubicar a algún familiar, amigo, compañero, cliente o, quizás algo de nosotros mismos. Son personas demasiado centradas en sí mismas como para darse cuenta de que vivimos en un espacio común, como en la intersección de conjuntos, con zonas propias, individuales, y zonas compartidas.

Estos personajes son tremendamente abrasivos, desgastan las relaciones y destruyen los vínculos. No son jugadores de equipo, al contrario. Conscientemente o no, siembran el camino de minas, que erosionan la cohesión, desintegrando el grupo. Al toparse con ellos, hay quienes intentando evitar el desgaste de la confrontación, tiran la toalla y terminan alienándose a sí mismos, permitiendo que la otra persona se salga siempre con la suya. Otros no ven más opción que defenderse, teniendo que mantener continuos y extenuantes rifi rafes, como única opción para evitar ser avasallados permanentemente. Los hay que, sencillamente, evalúan costes y beneficios, abandonando el proyecto, evitando la tensión que les supone mantenerse en él. Todos los casos comparten el hastío y la desmotivación, afectando al bienestar y al rendimiento.

Precisamente por esto, la empresa no puede mantenerse al margen. Por el bien de las personas y por la propia competitividad, debe intervenir para evitar la sangría causada por Ignatius y Sheldoms que, como polillas en la madera, minan la moral y deterioran la productividad.

“Recuperar” a la persona es la primera opción. Restablecer las reglas del juego perdidas, redefinir los límites, reestructurar el puesto, aprovechando así su talento y potencial en beneficio de la organización. De cualquier modo, es obligado realizar el análisis coste-beneficio de las diversas opciones y actuar proactivamente en la solución del problema.



Gracias por compartir y que tengas un estupendo día.

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