Quizás uno de los descubrimientos literarios más divertidos que he
disfrutado fue La conjura de los necios, del malogrado John Kennedy Tool,
hace ya un puñado de años. Zambullirse en el mundo de Ignatius J. Reilly supuso
una sucesión de hilarantes y magníficos ratos leyendo y recordando sus aventuras
y desventuras.
Aquél entrañable personaje vivía una realidad propia con una
lógica palmaria y razonamientos demoledores perfectamente urdidos. Claro que
sólo cobraban sentido para él, alejándose de toda argumentación convencional.
Era como si cambiase la perspectiva consensuada socialmente de las cosas,
tornándola en otra totalmente personal, regida por su punto de vista único. Una
versión moderna del personaje podría encontrarse en Sheldon Cooper, protagonista
de la serie televisiva The Big Bang Theory. Ambos
caracteres son brillantes, a la vez que tremendamente, infantiles y egoístas,
sin la menor habilidad, ni preocupación, hacia la armonía de las relaciones con
el resto de los mortales. De hecho, las personas con las que se relacionan son
meros instrumentos para conseguir sus fines. No obra en ellos malicia o
animadversión; sencillamente, esa forma sui
generis de entender el mundo, condiciona también su percepción de las
relaciones sociales.
Es más que posible que ni siquiera
perciban los gustos, necesidades o deseos de los demás. Al menos, no los tienen
presentes a la hora de proponer iniciativas o tomar decisiones. Arrollan todo a
su paso con la mayor naturalidad, sin detenerse a valorar la posibilidad de
hacer concesiones en sus demandas o llegar a acuerdos. Sencillamente, ponen la
directa para conseguir su objetivo. Lo cierto es que son personas megalómanas y
egocentristas, que anteponen su bienestar e intereses a cualquier tipo de consideración
con los demás.
Con más o menos variaciones, en la vida real también existen los Ignatius o Sheldons de turno. Posiblemente,
el personaje no nos resulte del todo desconocido. Con toda probabilidad podemos
ubicar a algún familiar, amigo, compañero, cliente o, quizás algo de nosotros
mismos. Son personas
demasiado centradas en sí mismas como para darse cuenta de que vivimos en un
espacio común, como en la intersección de conjuntos, con zonas propias,
individuales, y zonas compartidas.
Estos personajes son tremendamente
abrasivos, desgastan las relaciones y destruyen los vínculos. No son jugadores
de equipo, al contrario. Conscientemente o no, siembran el camino de minas, que
erosionan la cohesión, desintegrando el grupo. Al toparse con ellos, hay
quienes intentando evitar el desgaste de la confrontación, tiran la toalla y
terminan alienándose a sí mismos, permitiendo que la otra persona se salga
siempre con la suya. Otros no ven más opción que defenderse, teniendo que
mantener continuos y extenuantes rifi
rafes, como única opción para evitar ser avasallados permanentemente. Los
hay que, sencillamente, evalúan costes y beneficios, abandonando el proyecto,
evitando la tensión que les supone mantenerse en él. Todos los casos comparten
el hastío y la desmotivación, afectando al bienestar y al rendimiento.
Precisamente por esto, la empresa no
puede mantenerse al margen. Por el bien de las personas y por la propia
competitividad, debe intervenir para evitar la sangría causada por Ignatius y Sheldoms que, como polillas
en la madera, minan la moral y deterioran la productividad.
“Recuperar” a la persona es la
primera opción. Restablecer las reglas del juego perdidas, redefinir los
límites, reestructurar el puesto, aprovechando así su talento y potencial en
beneficio de la organización. De cualquier modo, es obligado realizar el
análisis coste-beneficio de las diversas opciones y actuar proactivamente en la solución del problema.
Gracias por compartir y que tengas
un estupendo día.
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