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miércoles, 24 de septiembre de 2014

¡Viva la vida loca!




No cabe duda de que la literatura, el cine y la televisión constituyen fuentes inagotables sobre la variopinta y complicada naturaleza humana. Tras sendas reflexiones sobre el mundo sui generis de Ignatius Reily y los dilemas existenciales de Sheldom Cooper, considero de gran valor pedagógico dedicar unas líneas al irreverente Hank Moody. Es posible que el mero nombre no diga gran cosa (o quizás sí), pero añadir que es el protagonista de la popular serie televisiva Californication, seguro que facilitará las cosas.

Sin entrar a valorar la abundante profusión de sexo y drogas presente en cada capítulo para evitar serios dilemas morales, las disparatadas peripecias de este peculiar personaje y de la pandilla que le rodea, son realmente desternillantes. Pensándolo bien, ¿a quién no le gustaría convertirse en Hank Moody por un día? Según se mire, podría considerarse un símbolo del éxito. Cae bien a todo el mundo, es el centro de atención, todos le quieren como amigo, es atractivo, amable, cariñoso, guionista y escritor afamado, las mujeres se disputan sus atenciones, hace lo que le da la gana… ¿qué más se puede pedir?

Posiblemente, todos  conocemos a algún Hank Moody en nuestras vidas.  Con su simpatía y magnetismo personal,
atraen a la gente y parece que todo es fácil para ellos, casi sin despeinarse. Recuerdo en el instituto a un compañero que era el centro de atención en todas las fiestas, el más simpático, el que mejor bailaba y el que más gustaba a las chicas (en aquella época, eran argumentos de peso a tener muy en cuenta).

Acostumbrados a que todo les venga regalado, se dejan llevar por la corriente de sus vidas, sin preocuparse por fijar objetivos hacia los que encaminarlas. Más aún, no han tenido ocasión ni necesidad de aprender valores como el tesón, el esfuerzo, el sacrificio o la constancia, que nos ayudan a conseguir dichos objetivos.  Al igual que le ocurrió a este compañero, Hank Moody desperdicia su presente y destruye su futuro porque ni sabe valorarlo ni tiene más recursos que su encanto y el carpe diem. Una vez más, viene muy a mano la fábula de la liebre y la tortuga, con el agravante de pretender ganar la carrera sin siquiera tener aptitudes para ello.

Recordando mi etapa universitaria, me sorprendió en gran medida la extensa investigación desarrollada sobre el significado e importancia que concedemos al trabajo. La respuesta fácil coincidiría con la creencia popular de que es una condena. Hay quienes se levantan cada día confiando en hacer lo mínimo para no complicarse la existencia. No obstante, muchos coincidiremos en que el trabajo resulta una excelente oportunidad de aprendizaje y de desarrollo profesional. Igual que el deporte requiere voluntad y determinación, no siempre fácil, el trabajo también puede reportar grandes satisfacciones, apoyándonos en el afán de superación como poderosa palanca de motivación.

De la misma forma que muchos niños están convencidos de que la leche proviene del tetrabrik, se ha extendido la creencia de la gratuidad y obligatoriedad de la sociedad del bienestar. Quizás deberíamos plantearnos seriamente que cualquier servicio lo proveemos entre todos, con nuestros impuestos, fruto de nuestro trabajo y contribución a las arcas públicas.

Los Hank Moodys de turno, además de divertidos personajes televisivos, son una quimera fruto de nuestros sueños y esperanzas más desesperadas. Representan al soñado sorteo de lotería que nunca nos toca. Sin embargo, como bien dice la canción, ya somos mayorcitos para saber que “el que algo quiere, algo le cuesta”.



Gracias por compartir y que tengas un estupendo día.


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