No cabe duda de que la literatura, el cine y la televisión
constituyen fuentes inagotables sobre la variopinta y complicada naturaleza
humana. Tras sendas reflexiones sobre el mundo sui
generis de Ignatius Reily y los dilemas existenciales de Sheldom
Cooper, considero de gran valor pedagógico dedicar unas líneas al irreverente Hank Moody. Es posible que el mero nombre no
diga gran cosa (o quizás sí), pero añadir que es el protagonista de la popular serie
televisiva Californication, seguro
que facilitará las cosas.
Sin entrar a valorar la abundante profusión de sexo y drogas presente en
cada capítulo para evitar serios dilemas
morales, las disparatadas peripecias de este peculiar personaje y de la pandilla que
le rodea, son realmente desternillantes. Pensándolo bien, ¿a quién no le
gustaría convertirse en Hank Moody por un día? Según se mire, podría considerarse
un símbolo del éxito. Cae bien a todo el mundo, es el centro de atención, todos le
quieren como amigo, es atractivo, amable, cariñoso, guionista y escritor
afamado, las mujeres se disputan sus atenciones, hace lo que le da la gana…
¿qué más se puede pedir?
Posiblemente, todos
conocemos a algún Hank Moody en nuestras vidas. Con su simpatía y
magnetismo personal,
atraen a la gente y parece que todo es fácil para ellos, casi
sin despeinarse. Recuerdo en el instituto a un compañero que era el centro de
atención en todas las fiestas, el más simpático, el que mejor bailaba y el que
más gustaba a las chicas (en aquella época, eran argumentos de peso a tener muy
en cuenta).
Acostumbrados a que todo les venga regalado, se dejan llevar por
la corriente de sus vidas, sin preocuparse por fijar objetivos hacia los que
encaminarlas. Más aún, no han tenido ocasión ni necesidad de aprender valores como el
tesón, el esfuerzo, el sacrificio o la constancia, que nos ayudan a conseguir
dichos objetivos. Al igual que le
ocurrió a este compañero, Hank Moody desperdicia su presente y destruye su
futuro porque ni sabe valorarlo ni tiene más recursos que su encanto y el carpe diem. Una vez más, viene muy a mano la fábula de la liebre y la tortuga, con el agravante de pretender ganar la carrera sin siquiera tener aptitudes para ello.
Recordando mi etapa universitaria, me
sorprendió en gran medida la extensa investigación desarrollada sobre el
significado e importancia que concedemos al trabajo. La respuesta fácil coincidiría
con la creencia popular de que es una condena. Hay quienes se levantan cada día
confiando en hacer lo mínimo para no complicarse la existencia. No obstante, muchos
coincidiremos en que el trabajo resulta una excelente oportunidad de
aprendizaje y de desarrollo profesional. Igual que el deporte requiere voluntad
y determinación, no siempre fácil, el trabajo también puede reportar grandes satisfacciones, apoyándonos en el afán de superación como poderosa palanca de motivación.
De la misma forma que muchos niños están
convencidos de que la leche proviene del tetrabrik,
se ha extendido la creencia de la gratuidad y obligatoriedad de la sociedad del bienestar.
Quizás deberíamos plantearnos seriamente que cualquier servicio lo proveemos entre
todos, con nuestros impuestos, fruto de nuestro trabajo y contribución a las
arcas públicas.
Los Hank Moodys de turno, además de divertidos personajes televisivos, son una
quimera fruto de nuestros sueños y esperanzas más desesperadas. Representan al
soñado sorteo de lotería que nunca nos toca. Sin embargo, como bien dice la canción, ya somos
mayorcitos para saber que “el que algo quiere, algo le cuesta”.
Gracias por compartir y que tengas
un estupendo día.
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