En uno de sus paroxísticos dilemas, nuestro amigo SheldomCooper, protagonista
de la popular serie televisiva The Big
Bang Theory, se cuestionaba, no sin razón, si era mejor comprar Xbox One o
Sony PS4. A buen seguro que también nos suenan estos nombres, máxima referencia
en la industria del videojuego. El gasto mundial en la industria del
videojuego es muy suculento y genera enormes beneficios, por lo que, quien
apueste más fuerte, se llevará el mayor trozo de pastel, además de convertirse
en la referencia a seguir.
Junto a Sheldon, puede que más de uno se haya hecho la misma
pregunta. Cabe aclarar que, salvo contadas excepciones, los títulos que se
pueden usar en ambas consolas son prácticamente los mismos, Entonces, ¿a cuenta
de qué la diatriba en la elección? ¿Se
trata de una excentricidad más del histriónico personaje? Sí y no. Llevar al
extremo la disyuntiva carece de sentido cuando se pretende pasar un buen rato
que, con total seguridad, disfrutaremos cualquiera que sea la plataforma
tecnológica seleccionada.
Sin embargo, para los puristas, las cosas no son tan fáciles
como para la inmensa mayoría de los mortales. En la decisión final entran en juego cuestiones tales como cantidad y velocidad de las memorias RAM y ROM, el tipo y cantidad de procesadores, el número de operaciones por milisegundo, los buses de datos, la resolución gráfica..., por no hablar del entorno on line creado por cada marca para dar soporte y reforzar su producto.
como para la inmensa mayoría de los mortales. En la decisión final entran en juego cuestiones tales como cantidad y velocidad de las memorias RAM y ROM, el tipo y cantidad de procesadores, el número de operaciones por milisegundo, los buses de datos, la resolución gráfica..., por no hablar del entorno on line creado por cada marca para dar soporte y reforzar su producto.
Decisiones de este tipo nos surgen a
diario. Al igual que con las consolas, cuando se trata de cuestiones
importantes, donde las consecuencias son determinantes, es necesario sopesar multitud
de elementos y, en gran parte de los casos, no siempre conocidos. Por
definición, decidir implica desconocimiento de algunas de las variables de la
ecuación. Cuanto mayor sea ese desconocimiento, más difícil y arriesgada la
decisión.
No obstante esta complejidad,
siempre hay temerarios, por no llamarles suicidas, que no conceden a estos
asuntos la debida atención y responsabilidad, sobre todo, cuando las
consecuencias afectan a otras personas. No hace falta ser CEO de una gran
multinacional para adoptar precauciones y esmerarse en la adecuada toma de
decisiones. Lo que, comúnmente, llamamos “meteduras de pata”, son el ejemplo
más gráfico de una decisión incorrecta, posiblemente, por un deficitario
análisis de los factores intervinientes.
Aunque en este proceso nos
enfrentamos a incógnitas e incertidumbres, ello no impide sopesar pros, contras
y, particularmente, los posibles costes y beneficios, también los perjuicios, de las
diversas alternativas del dilema. Resumiendo la esencia de esta reflexión, sin
pretender ser reduccionista, viene a mano el dicho, posiblemente con acierto,
de que nunca se debe subir los sueldos en momentos de euforia, ni reconvenir
errores cuando estamos enfadados. Efectivamente, tomemos
las decisiones importantes con el sosiego y la información suficiente para
evitar arrepentimientos y, sobre todo, consecuencias irremediables. Tomando
estas precauciones, siempre podremos equivocarnos, pero será menos probable y,
sobre todo, menos injusto.
Gracias por compartir y que tengas
un estupendo día.
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