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miércoles, 9 de julio de 2014

Mejor mañana.


Paseando el fin de semana reparé en unas protecciones dispuestas para prevenir una zona de desprendimientos, así como en otras que delimitaban un socavón en la acera. Ciertamente, una medida prudente de las autoridades, a fin de evitar accidentes o desgracias a los peatones.

Claro que, de tanto verlas, no había caído en que llevaban allí, al menos, un año con igual propósito, sin que se hubiese reparado la malla protectora de los posibles desprendimientos ni rellenado el socavón. ¿De qué se trataba, por qué tanto tiempo sin arreglarlo? ¿Escasez presupuestaria, de recursos humanos, de equipamientos o, sencillamente, desidia? Lo cierto es que la administración responsable se ha circunscrito, durante más de un año, a delimitar el perímetro, desentendiéndose de la solución a un problema de seguridad pública.

Con esta reflexión en mente,
al regresar a casa me percaté de cuestiones igualmente aplazadas sin una razón clara: objetos sin guardar desde tiempos inmemoriales o alguna pequeña reparación de bricolaje sin efectuar, por citar un ejemplo. Alertado mi cerebro con estas cuestiones, al retornar al trabajo, no me costó identificar asuntos menores pendientes de resolver o llamadas pospuestas sin motivo aparente.

Creo que todos compartimos algo de este desorden en nuestras vidas. De forma consciente o no, aparcamos asuntos, ya sea por ser polémicos, por aburrirnos, por suponer un esfuerzo extra, por no sentirnos capacitados o, sencillamente, porque no nos apetece abordarlos.

Hace mucho tiempo que escuché aquello de que lo peor de un problema es acostumbrarse a convivir con él. No puedo estar más de acuerdo. Tal es así, que llegan a hacerse imperceptibles, limitando nuestra iniciativa y acotando nuestro abanico de actuaciones posibles. Es como acostumbrarse a vivir con alguna merma física. Intentamos compensarla con el resto de sentidos o miembros del cuerpo, pero el resultado nunca es el mismo. Estas limitaciones impiden nuestro pleno desarrollo profesional, condicionando nuestra competencia. En entornos tan competitivos como vivimos, se trata de un auténtico hándicap que no podemos permitirnos. Aquí viene a mano aquello de la paja en el ojo ajeno vs. la viga en el propio. Nos habituamos de tal forma a rodear una columna en medio de la habitación que nos olvidamos de su presencia, perdiendo la perspectiva de otras posibilidades.

Otra modalidad de esta negativa a resolver determinadas cuestiones es su aplazamiento sine die, más conocido como procastinar. No siempre es intencionado, pero tampoco presenta una causa clara en todas las ocasiones. En estos casos, lo mejor es acudir al eje urgente-importante para determinar qué podemos aplazar y qué debemos afrontar. En caso de no haber otros temas más urgentes o importantes a resolver en ese momento, no hay motivo ni necesidad de aparcar los asuntos que se nos presentan en el día a día. Como medida preventiva, nada mejor que una agenda real, donde ubicar inmediatamente los temas que no pueden ser resueltos en el momento.

Tal es la creciente proliferación de este tipo de situaciones, que existe un nutrido número de aplicaciones informáticas diseñadas para ayudarnos a poner orden en nuestras vidas. Desde las diseñadas para ordenadores hasta las específicas de los dispositivos móviles, las famosas listas to-do pretenden darnos apoyo y, sobre todo, disciplina y rigor en la organización de nuestras tareas. No hay duda de su utilidad, pero igualmente cierto es que, adicional a estas herramientas, la auténtica solución radica en tomar conciencia de nuestra responsabilidad y “coger al toro por los cuernos”.



Gracias por compartir y que tengas un estupendo día.


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