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miércoles, 16 de julio de 2014

Del timón al azipod.

Juan Fco. Martín.

Hace unos años, censuré los planos del metro por lo ilegible de los nombres de las estaciones, de lo pequeña que era la letra en que estaban impresos. Claro que, poco después pensaba lo mismo de los productos del supermercado al intentar leer los ingredientes que contenían. Por decirlo gráficamente, no daba crédito a mis ojos. Y resultó que, efectivamente, eran mis ojos los que habían perdido fiabilidad, por más que quisiera negarlo. Así que me rendí a la evidencia y, finalmente, me decidí a usar gafas de lectura. Decisión acertada como pocas. Cada vez que me las pongo, los planos recuperan la cordura perdida, los productos del supermercado se tornan razonables, incluso cordiales, y el mundo vuelve a ser accesible.

Puesto que la solución resultó realmente sencilla y resolutiva, ¿a cuento de qué esa cerrazón a aceptar el nuevo escenario y por qué tanta demora en tomar medidas?
Tópicos como “aquí siempre se ha hecho así” ilustran perfectamente situaciones como la descrita. Aferrarnos a creencias y procedimientos consolidados durante años nos proporciona confianza y seguridad. Pero claro, igual que le sucedió al Titanic, nos asienta de tal forma en nuestros principios y convicciones, que dificulta el avistamiento de icebergs, por grandes que sean. Con frecuencia, la naturaleza humana parece asimilarse a esos inmensos barcos que requieren mucho tiempo y espacio para detenerse o cambiar de rumbo.

Desde los comienzos de la navegación, el timón fue un elemento indiscutible e imprescindible, así como, posteriormente, las hélices conectadas mediante ejes rígidos al motor como sistema de propulsión. Sin embargo, ante el reto de la climatología extrema, en la primera mitad de los años 90, el grupo ABB desarrolló el sistema azipod, una novedosa fórmula de propulsión y control del rumbo para los buques rompehielos, eliminando los tradicionales timones y el sistema de eje rígido.Tales fueron las repercusiones del cambio que las compañías de cruceros se abonaron al invento de inmediato, habilitando así sus enormes buques para atracar en, prácticamente, cualquier puerto comercial. Este revolucionario avance multiplicó el abanico de rutas y escalas, a la vez que abarató costes, incrementando exponencialmente los ingresos.

En la empresa, la inercia es una buena aliada cuando se requiere especialización y velocidad en procedimientos concretos, precisamente porque nos centra en lo que hacemos al ponernos orejeras alrededor de los ojos, impidiendo ver lo que hay a los lados. Pero mantenerse en ella sin hacer caso a las señales de cambio puede ser, cuando menos, contraproducente, si no fatal. La certeza de que las cosas son como las hemos conocido y tratado desde siempre, nos nubla el entendimiento a la hora de apreciar los indicios del cambio. Peor aún, nos bloquea el pensamiento divergente, la creatividad y la búsqueda de vías de mejora, estancándonos y sumiéndonos en la obsolescencia.

De igual forma que el azipod rompió moldes arraigados desde los albores de la navegación, permanecer receptivos a otros puntos de vista o formas de hacer las cosas puede ser de gran ayuda para nuestro trabajo. No significa abrazar sin más cualquier novedad o innovación que aparezca en el horizonte. Pero tener la sensibilidad y disposición para considerarla, analizarla o evaluarla es imprescindible para identificar y aprovechar su potencial. No siempre será necesario introducir cambios radicales, pero seguro que podemos tomar nota de pequeñas mejoras o variantes que, con certeza, redundarán positivamente en el resultado final.



Gracias por compartir y que tengas un estupendo día.

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