Bien dicen que hasta el rabo todo es toro. Al igual que le
ocurriera al Atlético de Madrid en la final de la Champions, Las Palmas vio
esfumarse en el último minuto sus aspiraciones de ascender a la primera
división de la Liga española, doce años después de haberla abandonado. Tras una
temporada de trabajo, disputó la promoción y tuvo el preciado ascenso en sus
botas durante todo el segundo tiempo, hasta que el Córdoba se lo arrebató.
Desconozco cuál de los dos equipos hizo más méritos o si el resultado final fue
justo. Las reglas son las que son y conforme a ellas se resolvió el encuentro.
El Córdoba, lo mismo que el Madrid, a pesar de estar
sobrepasado el tiempo reglamentario, no cejó en su empeño y obtuvo su premio.
Bien podía haberse resignado con el marcador, habida cuenta de su impotencia
para marcar en el segundo tiempo, pero no. Los jugadores mantuvieron la
confianza en sus posibilidades, en su esfuerzo y en sí mismos. Un gol sobre el
reloj les trasladó de la derrota a la primera división, tras 42 años desde que
la pisaron por última vez.
Por otro lado, tal fue la certeza de la afición local de retornar a primera que,
antes de cumplirse el tiempo, cientos de personas saltaron al campo a celebrar
el triunfo. Quiero pensar que lo insólito de la situación y la gravedad de los
incidentes sobrevenidos tan inesperadamente, desconcertaron a los jugadores, dificultando su
concentración en la reanudación del juego para disputar el último minuto,
circunstancia que supo aprovechar el rival.
Lo que no tendría un pase sería que el mismo exceso de
confianza de los aficionados se hubiese contagiado a los jugadores, mermando su
vigilancia, relajando la disciplina, la coordinación y, sobre todo, la ambición
de luchar hasta el último minuto por hacerse con el preciado premio. Si así
fuese, se repetiría la fábula de la liebre y la tortuga y esto no tendría
excusa. Y no vale decir aquello de que "el conejo me riscó la perra".
Tampoco sería justificable bajar los brazos con la ínfima
renta proporcionada por el gol marcado al inicio de la segunda parte. Aferrarse
a un resultado tan frágil es jugar a la ruleta rusa. Un empate en estas
circunstancias supondría la victoria del rival, como sucedió a la postre. Ese primer
gol daba a Las Palmas la oportunidad, y la obligación, de rematar la faena
marcando el segundo tanto que trajese la tranquilidad. No sólo numérica, también psicológica, dando un golpe de autoridad mediante la demostración de fuerza y convicción frente al adversario, marcando
el terreno y haciendo una auténtica exhibición de intenciones. No sé si la
naturaleza humana se caracteriza por el conservadurismo y el miedo a perder lo
conseguido. Lo que parece cierto es que, sin asegurar el resultado ni amarrar
el partido, enrocarse y esperar a que el árbitro pite el final es un viaje seguro al
fracaso.
Como de costumbre, la vida nos brinda enseñanzas cada día, a
poco que queramos aprender de ellas. Ojalá que seamos capaces, y valientes, para aplicarlas
corrigiendo errores y aprovechando las oportunidades. Lástima que esta vez haya
sido a costa de la penosa derrota de un equipo canario. Felicidades al Córdoba por su perseverancia,
deseándole lo mejor en esta nueva e ilusionante etapa que comienza.
Gracias por compartir y que tengas un estupendo día.
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