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miércoles, 19 de noviembre de 2014

Marcando el rumbo.

Juan Fco. Martín.

Algunos, cada vez menos, recordarán a la entrañable familia Ingalls, protagonista de la serie televisiva La Casa dela Pradera. En la época de la televisión única, reunía a toda la familia en la sobremesa del domingo para compartir las peripecias de sus personajes.

Igual que el agua se escurre entre los dedos, en mi memoria apenas permanece la esencia de una familia humilde y honrada, que afrontaba vicisitudes de todo tipo desde la más férrea unidad. Tal era su honradez que me quedó grabada la competición de cortar troncos con hacha, donde el padre (Michael Landon), en lugar de ayudarse de la herramienta recién comprada, utilizó su vieja hacha para compensar la ventaja de su juventud frente a otro competidor de mayor edad. Y perdió, pero se mantuvo fiel a sus convicciones y nos emocionó con su integridad.

Lo cierto es que La Casa de la Pradera reforzaba la adhesión a los valores fundamentales que nos transmitían nuestros mayores.
En los tiempos de las tarjetas black, las tramas Gurtel, operaciones Púnica, ERES y demás perlas que adornan nuestra realidad cotidiana, esta forma de proceder parece, cuando menos, incomprensible, por no decir ridícula. En la época del pelotazo y del trinque generalizado que nos toca vivir, ser honrado casi es sinónimo de ser tonto. Así nos va.

En anteriores ocasiones me he referido a la necesidad de objetivos y estrategias para determinar el rumbo, la forma y los recursos que guíen nuestro proceder. Pero igual de importantes son las reglas y límites del campo de juego, determinados por los valores y principios. Porque, a pesar de lo que puedan creer algunos, no vale todo.

Transponiendo este esquema al contexto laboral, hemos hablado de las tres aristas de la competencia profesional: conocimientos (formación), habilidades (experiencia) y actitudes (valores). Estos valores actúan como brújula de nuestra forma de actuar, entre ellos, solidaridad, compañerismo, lealtad a la empresa, responsabilidad o compromiso con el trabajo.

Crecer como personas y profesionales no es sólo conseguir mejores resultados, mucho menos a cualquier precio. También, y sobre todo, hacer las cosas bien, en el amplio sentido del término, tanto humano como técnico. Como ya hemos visto, la excelencia es el compromiso con la calidad, con el aprendizaje continuo para mejorar cada día y eso no es casual. Conlleva una clara toma de posición cimentada sólidamente e incompatible con el atajo fácil.

Al igual que los faros marcan el rumbo correcto en medio de la inmensidad del océano, previniendo encallamientos y naufragios, los valores y principios definen la correcta senda a seguir. A pesar de las tempestades y arrecifes entre los que naveguemos, no perdamos de vista este faro que, con toda seguridad, nos llevará a buen puerto.



Gracias por compartir y que tengas un estupendo día.

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