Siempre se ha dicho que sólo Dios
tiene el don de la ubicuidad, la facultad de estar en todos los sitios
simultáneamente. Hasta que apareció el Pequeño Nicolás, y esto es un hecho, no una
cuestión de fe. Qué barbaridad. Este chico, con sólo 20 años, ha demostrado
fehacientemente su omnipresencia en todo tipo de eventos políticos y sociales
de primer orden. Había desaparecido de la escena pública desde que tuvimos
conocimiento de su existencia, pero reapareció la semana pasada en un plató
televisivo para contar su versión de la historia.
Me quedé atónito escuchándole
revelar su colaboración con el CNI, la Casa Real o diversos ministerios, entre
ellos Economía y Presidencia, además de otras instituciones. Nada menos que,
según dijo, intermediaba en la resolución de situaciones comprometidas,
sensibles, para la seguridad nacional o de carácter particularmente delicado
(caso Pujol, Urdangarin, Eurovegas…) Ahí es nada. Si todo esto es cierto o no,
está por demostrar y supongo que ya aparecerán nuevas entregas del culebrón. Al
final va a resultar que tenemos nuestro agente 007 nacional, cuyas aventuras seguro
que podremos disfrutar en la próxima entrega de Torrente. Y si no, al tiempo.
Lo que sí es irrefutable son las
fotos con numerosas personalidades, con las que de algo hablaría, digo yo. Más
allá de la solución del rompecabezas, el asunto me hizo reflexionar que, la
mera presencia en tantos actos y con tantos famosos, le conceden, al menos, una
manifiesta habilidad para las relaciones sociales. Si, como dice, mediaba en
asuntos de naturaleza “reservada”, más me admiro con su capacidad como
interlocutor.
Y esto no es tarea fácil. Dejando al
margen la degeneración que han sufrido las negociaciones actuales, donde los
“conseguidores” se dedican a “untar” a unos con el dinero turbio de otros, la
auténtica mediación es una capacidad muy valiosa y no al alcance de cualquiera.
Como poco, requiere