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martes, 3 de marzo de 2015

Ya, ya.

Simple Handshake Clip Art

¡Todavía no salgo de mi asombro! Hace unos días, al llegar a casa tras finalizar la jornada laboral, un coche maniobraba para aparcar y subió a la acera ocupando todo su ancho. Como no retornaba a la calzada, le hice señas para ayudarle a terminar la maniobra pero, para mi sorpresa, el conductor paró el motor y se bajó. Al indicarle que estaba bloqueando el paso de la acera, por toda respuesta, me obsequió con un elocuente “ya, ya”.

Me quedé perplejo, casi paralizado, preguntándome si no había sabido expresarle la situación correctamente o si el individuo no concedía a la circunstancia mayor importancia. Aposté por la primera posibilidad, otorgándole el beneficio de la duda, y opté por aportar un nuevo argumento al debate, ya que mi interlocutor comenzaba a alejarse del coche recién “aparcado”. Puesto que el derecho de los peatones a utilizar la acera no parecía suficiente razón para dejar el paso expedito, aventuré que si pasaba alguien con un carrito de niños o en silla de ruedas vería interrumpido su camino.

A lo que replicó, no sin razón,
que quién iba a pasar por allí con un carrito o en silla de ruedas a las nueve y media de la noche. Lo cierto es que el razonamiento era contundente y definitivo. ¿Cómo se le puede ocurrir a nadie ir por las aceras con esos artilugios a determinadas horas? Sería toda una desconsideración para el descanso nocturno de los coches, dadas las limitaciones de aparcamiento en la ciudad. ¡Y lo peor de todo es que parecía creérselo a pies juntillas!

El caso es que, por evitar abundar en la discusión o por no perder más tiempo profundizando en su demoledora teoría sobre los horarios, o quizás, viendo la cara de pasmo y de tonto que se me quedó, subió de nuevo al coche y, tras liberar la acera, bajó y se fue sin siquiera un “ahí te quedas”.

Claro que, si todos fuésemos por la vida en ese plan, esto sería peor que la jungla. Al menos allí tienen su orden y reglas, aunque se coman unos a otros, eso sí, con respeto y fundamento, sin ensañamiento ni mala fe. Pero en este caso… ¿Qué hacemos? ¿Anteponemos nuestros intereses a los de otras personas o a los de la sociedad en que vivimos? ¿Nos olvidamos de las leyes, de las normas de cortesía o, peor aún, de la educación más elemental?

Pues al paso que va la cosa, así parece. Malamente se respetan los turnos de espera o el código de la circulación, por no hablar de mantener abiertas las puertas de los ascensores, respetar las plazas reservadas a personas con discapacidad o conceder la consideración más elemental a los mayores.

Y es que de lo que se mama, se cría. Si extrapolamos estos saludables hábitos al entorno laboral, tenemos lo de siempre: ponernos las orejeras para escatimar ayuda o asistencia a compañeros y clientes, no sea que nos quedemos sin energías o nos salga una hernia con el esfuerzo. O, mejor aún, ¿por qué no dedicar la jornada a comprobar el correcto funcionamiento del reloj contando los minutos y segundos hasta la salida, acompañado de un par de cafés y tentempiés para amenizar la espera?

¡Qué diantres! Mejor aprovechar el tiempo, compartir tareas, colaborar en proyectos, asistir a quién lo necesita y regalarnos la enorme satisfacción de ser productivos y solícitos con los demás. Así que menos “ya, ya” y más “encantado de ayudarte”.




Gracias por compartir y que tengas un estupendo día.

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