Posiblemente, si preguntásemos quién es el portero más famoso del
país, seguramente no sería Iker, sino Emilio. ¿De qué equipo? Pues el de
aquella loca comunidad de vecinos que tan buenos ratos nos hizo pasar frente al
televisor, con sus magistrales y absurdas peripecias, arrancándonos carcajadas
sin tregua. Como denominador común de las juntas, las conversaciones paralelas
de temas tan dispares como peregrinos, lo mismo que discusiones sin sentido,
fruto de confusiones y malentendidos, además de agendas ocultas totalmente
ajenas al orden del día.
Lo mismo que aquella dorada época del cine español, con el gran
Berlanga al frente y sus hilarantes historias, donde los personajes urdían las
tramas más disparatadas en un continuo devenir de despropósitos, casi siempre
alrededor de la picaresca y del “¿qué hay de lo mío?”
Precisamente la semana pasada
me sentí inmerso en uno de esos episodios durante la junta de vecinos de mi comunidad. Sin saber cómo, la cosa degeneró en un marasmo de lo más variopinto, donde unos hablaban de jardines, otros de la fachada, los había que discutían sobre la limpieza de las zonas comunes, o quienes mostraban su preocupación por el sexo de los ángeles.
me sentí inmerso en uno de esos episodios durante la junta de vecinos de mi comunidad. Sin saber cómo, la cosa degeneró en un marasmo de lo más variopinto, donde unos hablaban de jardines, otros de la fachada, los había que discutían sobre la limpieza de las zonas comunes, o quienes mostraban su preocupación por el sexo de los ángeles.
El caso es que, observando semejante desatino, me vino a mano la
socorrida reflexión sobre lo sencillo que sería todo si aplicásemos cuatro
reglas básicas, como en la aritmética:
De entrada, si prestásemos un poco de atención a lo que expresan
los demás, si realmente escuchásemos lo que dicen, lo que no y, sobre todo, lo
que nos quieren decir, igual nos enteraríamos de qué va la cosa. Estamos tan pendientes
de nuestra voz interior, de nuestras creencias, prejuicios, opiniones (con o
sin fundamento), que apenas ponemos interés en conocer lo que hay más allá
del final de nuestra propia nariz.
Con semejante sesgo auditivo ¿cómo plantear la absoluta necesidad
de intentar entender los motivos y sentimientos de los demás?, ¿por qué no
probar, antes de responder, a considerar el por qué y el para qué de las
palabras y comportamientos de nuestro interlocutor? Un responsable de
negociación de convenios colectivos decía que la clave estaba en poner encima
de la mesa elementos de cambio que fuesen del interés de los negociadores. De aquellas
palabras me quedé con la relevancia de sintonizar con el interlocutor para compartir
el mismo terreno de juego que posibilite el entendimiento.
Para completar el cóctel, habría que añadir la capacidad de expresarse apropiadamente.
Y no me refiero sólo a construir las frases aplicando correctamente las reglas
gramaticales, sino a arropar las palabras con los sentimientos adecuados para optimizar
la comunicación. Porque, ¿de qué sirve dejarse llevar por la ira o la
agresividad, más allá de intimidar a los demás y descalificarnos a nosotros
mismos? ¿Cuántas veces perdemos la legitimidad por al ser arrastrados por
reacciones viscerales que bloquean el proceso comunicativo?
En definitiva, en las juntas vecinales, como en la vida o en el
trabajo, seguro que nos resultará de utilidad aplicar las reglas básicas de la
comunicación, fruto del sentido común: escucha activa, empatía y asertividad.
O, lo que es lo mismo, una vez más recurrimos a la Inteligencia Emocional como
garantía de éxito en la comunicación entre personas.
Gracias por compartir y que tengas
un estupendo día.
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