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domingo, 18 de enero de 2015

Aprender a aprender.


Juan Fco. Martín.

Bien dicen que los niños son como esponjas porque lo absorben todo. Y no me refiero a la etapa oral en la que descubren el sabor del mundo llevándose todo tipo de objetos a la boca, sino a su asombrosa capacidad de aprendizaje. Cada nueva situación supone una excelente oportunidad de conocer cómo funciona ese mundo, de adquirir estrategias de éxito y descartar comportamientos ineficaces.

Las teorías del aprendizaje también nos dicen que los adultos tenemos una atención y memoria selectivas, orientadas hacia aquello que nos interesa o nos resulta de utilidad. Visto lo visto, a veces creo que se trata de un deterioro de las habilidades infantiles y que vamos mermando, o limitando, nuestro desarrollo cognitivo por comodidad o tozudez.

Dejando a un lado las teorías personales fruto de la pérdida de la ingenuidad y entusiasmo infantiles, hemos “optimizado” el mecanismo para aprender lo que nos conviene, aunque no siempre sea lo adecuado. Y si no, ¿a cuenta de que viene el dicho de que las personas somos el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, por no decir dos mil?

Me explico. ¿Cuántas veces metemos la pata en la mera comunicación diaria con los demás? ¿Cuántas veces decimos alguna inconveniencia? ¿Cuántas veces ofendemos a los otros, aún sin pretenderlo, por no tener el suficiente tacto con sus opiniones y sentimientos? Lo peor de todo es que, en muchas ocasiones, ni siquiera somos conscientes, de tan centrados que estamos en nuestro propio ombligo.

Posiblemente por comodidad, nos aferramos a las cuatro reglas básicas que nos ubican con comodidad en nuestro entorno, descartando otras posibilidades o, simplemente, no molestándonos en considerarlas.

Y el caso es que no parece que hagamos mucho mejorar. Nos limitamos a pensar o decir que no nos dimos cuenta, que no tuvimos intención de causar daño o, incluso, justificaciones peregrinas alusivas a la imperiosa necesidad de aclarar determinado asunto. Así somos, más burros que los burros, con todo respeto a los cuadrúpedos, que nada tienen que ver con nuestras burradas.

La comunicación eficaz está en la raíz del progreso de las civilizaciones en todos sus órdenes: social, político, económico, laboral… Y las bases se ubican en las interacciones personales más elementales. Una vez más me refiero a la tan manida y poco explotada Inteligencia Emocional.

Comunicar, interaccionar por mejor decir, adecuadamente es el primer paso del éxitoHoy quisiera referirme particularmente a la empatía, eso que todos sabemos definir rápidamente, aunque no tengamos ni idea de lo que realmente significa ni de cómo ponerla en práctica con provecho.

La empatía representa la conexión emocional con la otra persona, implica dar la vuelta al cristal con el que miramos la situación para verla como lo hace nuestro interlocutor. Y no es fácil. Muchas veces hay intereses contrapuestos o, sencillamente, nos cegamos asumiendo que las cosas son como nosotros las interpretamos cuando, en realidad, son poliédricas, con tantas aristas como puntos de vista existan, todos igual de válidos.

Por ello, al interactuar con otras personas, seamos generosos. Demos crédito a sus razonamientos, con independencia de que no coincidan con los nuestros. No es necesario establecer una competición a ver quién tiene razón, posiblemente ambos.

Seamos inteligentes, acojamos la multidimensonalidad con los brazos abiertos y despleguemos las orejas a ver si enriquecemos nuestro, cada vez más rígido y acotado universo. Seguro que nos aportará aprendizajes de valor y nuevas e interesantes perspectivas con posibilidades insospechadas.

¡Qué diantres! Seamos valientes y recuperemos aquellas felices sensaciones infantiles de descubrir cada día el mundo que nos rodea, sólo con cambiar la forma de mirarlo.



Gracias por compartir y que tengas un estupendo día.


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