¿Qué será mejor, burro grande o pequeño?, ¿maña o fuerza?,
¿ingenio o perseverancia?, ¿madrugar o esperar?, ¿ladrillos o bits?... Si nos
atenemos a lo de “pez grande se come al chico”, haciendo buena la ley del más
fuerte, parecería más adecuado apuntarse a la robustez, a la seguridad de lo
sólido y contundente.
Sin embargo, como habrás concluido, todo depende de las
circunstancias de cada caso. Según el tipo de juego, mandarán ases, doses,
treses, sietes o lo que sea. Lo que sí
es seguro es que siempre servirán los comodines, ya que tienen la virtud de
sustituir a cualquier carta y ser de utilidad en cualquier jugada.
En la vida, y en el mundo laboral, probablemente esta sea la
mejor cualidad o la competencia mejor valorada. Saber adaptarse a cada situación, circunstancia o persona es apostar a
caballo ganador. La capacidad de tornar los cambios en oportunidades, la
proactividad para buscar soluciones o sacar provecho de nuevos escenarios
garantizan el éxito personal y profesional.
La vertiente
relacional de este comportamiento adaptativo es la inteligencia emocional. Esencialmente,
es la habilidad (por eso inteligencia) de conectar emocionalmente con otras
personas y gestionar esta conexión en la consecución de objetivos.
Aunque los patrones estandarizados de interacción interpersonal
son excelentes en situaciones estructuradas y bien delimitadas, fracasan
estrepitosamente cuando cambia el contexto. Por el contrario, es admirable tener en todo momento la
palabra, la entonación y, sobre todo, la actitud adecuada con diferentes
personas y en escenarios diversos. Quienes consiguen esta gestión emocional de la comunicación son
los auténticos campeones de las relaciones interpersonales y también en el contexto laboral.
Frecuentemente, el éxito profesional pleno, además de gran capacitación
y conocimiento experto del trabajo a desarrollar, está asociado a altas dosis
de inteligencia emocional. Esto nos
permite establecer relaciones excelentes, de gran valor y utilidad para
facilitar, impulsar, los resultados de un desempeño laboral.
No se trata de “vender humo” o de ser charlatanes, sino de
conectar emocionalmente con las personas de nuestro entorno, creando una armonía,
un flujo de trabajo, que se aprovecha de esa conexión para alcanzar más fácil y
rápidamente los objetivos.
Esta conexión fluida con las personas de nuestro entorno,
refuerza nuestra imagen de interlocutores asequibles, amenos, dialogantes,
comprensivos, aumentando nuestro valor personal y profesional.
La inteligencia emocional no es un don, no se nace con ella.
Todos podemos desarrollarla y explotar sus múltiples beneficios, además de
disfrutar más intensamente las relaciones con los demás.
Gracias por compartir y que tengas un estupendo día.
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