¡Todavía no salgo de mi asombro! Hace unos días, al llegar a casa tras finalizar la jornada laboral, un coche maniobraba para aparcar y subió a la
acera ocupando todo su ancho. Como no retornaba a la calzada, le hice señas
para ayudarle a terminar la maniobra pero, para mi sorpresa, el conductor paró
el motor y se bajó. Al indicarle que estaba bloqueando el paso de la acera, por
toda respuesta, me obsequió con un elocuente “ya, ya”.
Me quedé perplejo, casi paralizado, preguntándome si no había sabido
expresarle la situación correctamente o si el individuo no concedía a la
circunstancia mayor importancia. Aposté por la primera posibilidad, otorgándole
el beneficio de la duda, y opté por aportar un nuevo argumento al debate, ya
que mi interlocutor comenzaba a alejarse del coche recién “aparcado”. Puesto
que el derecho de los peatones a utilizar la acera no parecía suficiente razón para
dejar el paso expedito, aventuré que si pasaba alguien con un carrito de niños
o en silla de ruedas vería interrumpido su camino.
A lo que replicó, no sin razón,