A vueltas con el
curso que me tiene de los nervios, recientemente culminamos el segundo
trimestre, confío en que con fortuna para todo el grupo. La exigencia de la materia,
lejos de hacer concesiones, mantiene el nivel, lo que nos ha requerido constancia,
tiempo y dedicación. En contrapartida, el grupo se ha cohesionado aún más,
haciendo válida la célebre expresión, “todos a una”, que lo mismo podría ser “uno
para todos…” El intercambio de consultas y la colaboración permanente se han
convertido en un agradable y reconfortante hábito y acicate para el estudio, a
pesar del menoscabo del sueño, descanso o familia.
Al mismo tiempo, el apoyo mutuo, la complicidad y el buen humor se
han instalado en las interacciones cotidianas, dentro y fuera del aula,
presencial y telemáticamente, reforzando y retroalimentando la dinámica
productiva. Porque no nos confundamos, lo pasamos bien y compartimos bromas,
pero se trata de un equipo de trabajo que ha desarrollado sinergias compartidas de alto valor volcado en la consecución de objetivos.
En este segundo “asalto” nos las hemos tenido que ver con el tortuoso
binomio debe-haber de la contabilidad empresarial. Para hacer más accesible el
concepto, me refugié en sus analogías con las relaciones humanas. En cómo evaluamos
y calificamos a los demás por los déficits o superhábits que atribuimos a su
comportamiento y al intercambio mutuo. Se trata de una valoración que fluctúa en el tiempo, en función de
los méritos o deméritos que atribuimos a los demás, así como de nuestra mesura
para juzgar la importancia real o la intencionalidad de los hechos.
Con más frecuencia de la aconsejable,
Con más frecuencia de la aconsejable,